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martes, 25 de febrero de 2014

LA NAVIDAD DEL CHANCHO






Día 24 de diciembre, fecha mágica que une a las familias conmemorando el nacimiento de “taita amito[1]”.  En esta fecha, una tía tuvo la gran idea de preparar el potaje navideño para disfrutar juntos padres, hijos, tíos, sobrinos y nietos; para esta ocasión, como buenos guayachos y amantes de nuestro entrañable terruño que somos, no podía faltar su majestad el cuy, que si bien no era el cuy mágico porque este no regala platita, sin embargo, regaló mucha alegría a nuestro exigente paladar.
 
Mi tía, de muy buenos gustos, como es de costumbre en ella, preparó un verdadero banquete: chancho al cilindro, cuy al estilo guayacho, ensaladas, panetones, chocolate, queso, panes traídos directamente desde el valle de guyabamba, choclo, plumífero (pavo) importado desde Mendoza, vino, whisky, espumante, anisado, aguardiente, pisco, etc.; es decir, que en esa mesa había comida para todo un batallón y lo mejor que mi encantadora tía había previsto prolongar la noche buena hasta el día 25.

Mientras los invitados iban llegando, yo me alistaba para recibirlos, y como parte de mi selecta indumentaria navideña, vestía un polo de color plomizo ligeramente ceñido a mi escultural cuerpo, que una de mis hermanas me regaló días previos a la noche buena.

Una de las primeras en llegar fue mi madre, toda ella, con ese garbo al caminar que es propio de las mujeres guayachas, con aquella sonrisa angelical inmutable que en mi niñez apaciguaba mis temores; como toda madre querendona me regalo un apacible beso en mi mejilla y mientras sus delicadas manos recorrían con ternura mi rostro, dejó salir estas palabras cariñosas de sus labios:

 -     Que lindo esta mi hijo precioso, mi “cumpita[2]” lindo – tengo que reconocer que a pesar de que este común mortal sobrepasa la base tres, sigo siendo su hijito engreído y el “cumpita” de mis aduladores padres.

-     Gracias viejita linda – fue mi respuesta, correspondiendo el cumplido de mi madre.

-     Te queda lindo ese polito color rata hijito, te asienta ese color, pero tas un poquito gordito, tienes que bajar unos kilitos y te vas a ver mucho más guapo –me dijo luego de escanearme de pies a cabeza con esa mirada inquisidora y de apretar suavemente mis mejillas.

Estas primeras palabras de mi madre sobre mi sobrepeso fueron casi imperceptibles porque las palabras de cariño las habían disimulado; estábamos en plena discusión en que si estaba gordo  o flaco, cuando ingreso mi tía abuela, una señora mediamente refinada y “etiquetosa” (en otras palabras jodida), saludando a los presentes que se encontraban en la sala, y en el momento en que se acercó a mí, disque me regaló unas palabras de cariño notoriamente perceptibles por todo los asistentes:

 -          Hijito, “caracho” se te ve muy bien, estas guapo, pero esa pancita no me gusta nadita, tiene que bajar, estas un poco panzoncito y así no es, nosotros los jóvenes tenemos que cuidar nuestra figura para vernos muy bien… -“vesta conche su vida”, me dije, seguro que ella fue una de las primeras “huaynas[3]” de Moisés y le acompañó a cruzar el mar rojo junto al pueblo de Israel, y decía muy suelta de huesos “nosotros los jóvenes”… fuira de aquí olle.

Mientras pensaba, mi “tiecita” continuaba con sus aduladoras y halagadoras palabras para con mi persona:

 -     … No importa hijito, así se te ve bien y los que te ven van a pensar que tienes harta plata por lo gordito que estas, claro que te verías mejor si bajarías un poquito de peso, pero sólo un poquito nada más  – Qué pasa, pensé, plata y mujer nunca me han faltado, eso es lo que más me sobra (recordando aquella frase de mi padre y de mis tíos) y que no surten efecto en mí, pues dinero tengo sólo para vivir medianamente feliz y respecto a las mujeres, sólo sé que es la más grande creación de “taitito amito” y a quienes debemos rendir pleitesía y amarlas por toda la vida, incluso más allá de la muerte, pero mejor dejémoslo ahí y continuemos con nuestro relato.

Debo reconocer que esta tía abuela siempre se caracterizó por su franqueza y por ser directa, y esas palabras para conmigo sobre mi empachado abdomen, me perturbaron un “pitzito[4]” más, así que disimuladamente me erguí y con paso garboso tratando de imitar a “gasparines[5]” pase por delante del espejo que colgaba de la pared de la sala, para cerciorarme sobre el tamaño del “buche” (“panza” para los que no entienden el lenguaje de nosotros los adolescentes).

Luego llegaron mis queridas hermanas y mi amado padre, esbeltas ellas por su ingente dedicación al Gym, a las dietas, a la semilla de la “chía”, la linaza, leche de almendras, tocosh[6], y no sé qué otros brebajes más que se “empujan” para mantener ese cuerpo caribeño. Cuando se acercaron a saludarme, antes siquiera que les dé la bienvenida, muy amable ellas me dijeron:

 -      No, no, no hermanito, aburro esa panza, estas todito “buchesapa” grajiento, urgente necesitas Gym –Mis hermanas, regias como siempre, se habían percatado de aquella pequeña protuberancia que cual nido de “comegin[7]” sobresalía de mi abdomen.

 -     Qué pasó hermanitas, o sea uno se acerca a saludarlas y de frente le meten cabe, de arranque le bajan la moral a uno… no, no, no, así estamos mal causitas, además uno no puede empacharse comiendo su chanchito al cilindro y tomando su cervecita helada, así no pue, ta mal, muy mal –contesté tratando de hacerme el resentido para ese pequeño “buche” que apenas se me notaba.

Bueno, no quiero cansarlos con las tantas veces que esa noche me dijeron que estaba un poco “panchonchito”, pero si les digo que con el transcurrir de las horas y entre panetones, chocolate, pavo y cuyes, lógicamente esa pequeña pancita que al comienzo de la noche era como un “ticte[8]” aumentó significativamente como los pasajes en estas fechas, cosa que con el transcurrir de las horas ya no me preocupó, porque el whisky, vino, pisco y los brebajes espirituosos que una de mis hermanas preparó en una demostración de aprendiz de barman, y que más sabía a “padrax” (jarabe para las lombrices intestinales), habían adormecido mi orgullo de macho guayacho.

Al día siguiente, continuó el banquete y aunque hice de tripas corazón por no comer todas esas ricuritas que yacían en la mesa, no pude contenerme, así que tomé una copita de anís najar que nunca le falta a mi tía y adiós empache, otra vez al ataque, a dar cuenta de ese chanchito al cilindro doradito color caramelo oscuro que hacía rato me estaba retando.

El día 28 de diciembre, consciente de mi poquísimo sobrepeso, decidí acabar con esa pequeñísima protuberancia de mi cuerpo (porsiacaso hablo de mi panza ah), y con la voluntad y moral muy en alto, desempolvé mis zapatillas negras que por el tiempo que estuvieron guardadas se habían puesto entre marrón y verde, y se había convertido en el hogar de una familia de arañitas caseras,  alisté mi indumentaria deportiva y programé mi reloj interno para levantarme a las 5:00 de la mañana del día siguiente y salir a hacer “juting” (o sea correr).

Si es que algo herede de mi padre es su habilidad y precisión para programarse y levantarse a cualquier hora de la madrugada; era impresionante la manera como él, sin la necesidad de un despertador mecánico o eléctrico, se programaba para levantarse a la 1, 2 ó 3 de la mañana, y sin ninguna dificultad simplemente dormía y a la hora planeada estaba despierto; hasta ahora no he descubierto como hacía para programar su reloj interno, claro que ahora por su longevidad, se acuesta a las ocho de la noche y a la una de la mañana ya está jodiendo con su “radio programas”, con su programa preferido “amanecer campesino” o las cumbias san juaneras que alguna emisora ecuatoriana se le ocurre transmitir a esa hora, menos mal que ya no sintoniza “Radio Cora” con Juan Ramirez Lazo, ese “ñacashca” me tenía “inchau” todas las mañanas antes de ir al colegio, con su “que pasa… amables oyentes” .

Día 29 de diciembre, me desperté a las 5:10 am, o sea me pasé 10 minutos de la hora programada, estaba fallando el reloj interno, habría que calibrarlo (pero cómo); el friecito de la mañana invitaba a acurrucarme más en mi cama, la lucha por levantarme de la cama era titánica; hoy no, mejor mañana pensaba, no comando tiene que ser ahora me decía; estaba batallando entre despierto y dormido cuando una voz potente en mi adormitada mente se dejó ecuchar:

 -    ¡¡ Caracho pintcunga, levántese mierda que se  hace tarde!!

De un sólo brinco, como “misho” en celo, me levanté y antes de que el gallo carioco cante en el corral de la cuma “chio” (así era cuando de lejitos y escondido iba a “cestear” (mirar) a mi “cumita chio” en la época colegial), estaba de pie frente a mi cama, mirando la almohada de plumas de cisne (o será de ganso) que me seducía y cual bailarina de danza árabe se blandía aún invitándome a recostarme nuevamente; mire a todos lados para ver quién era el “conche su sipo[9]” que me había gritado pero allí no había nadie.

Carajo qué pasó, me preguntaba, ¿Quién anda ahí?, volvía a preguntarme, y de manera instintiva comencé a gritar “chuo, chuo ladrón”, evocando aquellas frases de mis abuelos cuando azuzaban a los “quishques[10]” para espantar al “huayhuashillo” o al ladrón que intentaban llevarse la “pondora[11]”.

Ya más despierto, me di cuenta que aquellas voces que escuché en mi mente no eran más que recuerdos remotos cuando mi padre “amablemente” me levantaba de la cama con estas y otras frases cariñosas, como olvidar aquellas melódicas palabras de mi viejito:

-     “Surshique[12], vaguetón, como no se levanteste ahorita mismo le voy a “shutear” toditito, espérate no más “grajiento disparate”, “shihuin”, seguro seraste doctor para que duermaste hasta tarde”

Recuerdo que mientras mi padre me arrullaba con esas “cariñosas” frases, en sus manos sostenía aquella bacinica de porcelana que en alguna época fue de color blanco pero que por el paso del tiempo (y de la “ishpa[13]”) se había tornado amarillenta amarronada; este gesto que hacía mi padre era nada más  para motivarme a levantarme de la cama, no creerá que él fuera capaz de arrojarme el contenido de esa bacinica (pues déjeme decirle que sí era capaz de esto y de muchas cosas más). Como habrá sido de persuasivo mi padre en mi adolescencia que hasta ahora despierto escuchando estas simpáticas frases, pero en fin, lo de bueno que esta vez me sirvió para levantarme y ataviarme con mi indumentaria deportiva y muy campante dirigirme al parque más cercano a trotar unas 200 o 300 vueltitas nada más, para calentar el cuerpo.

Mientras iba camino al parque, recordaba los ejercicios que me enseñaron en la milicia y los que esa mañana pondría en práctica: primero trote, luego polichinelas, monitos, planchas, abdominales, barras, canguros, etc., etc.,

Ya estando en el parque, empecé con la “calistenia[14]”, luego comencé a trotar tratando de soltar los oxidados músculos; imagínese querido amigo el enorme esfuerzo que hice para mover esta tanqueta de casi 90 kilos, fue difícil pero no imposible. Los primeros pasos fueron decisivos, la voluntad y la moral inquebrantable, nada podía doblegarme ahora, salí disparado como un rayo (o al menos eso era lo que yo creía), y mientras trotaba recordaba los consejos de mi entrañable y admirable “profe” de educación física, don Gilberto Collazos (gloria a ti gran maestro): dosificar la respiración para oxigenar el cuerpo, dos inhalaciones y una exhalación; allí iba yo, susurrando aquellos cánticos de guerra que entonábamos para darnos valor y coraje durante los rigurosos ejercicios matutinos en la FAP, y que a pesar del tiempo permanecen en mi mente:

-   ¡¡saliendo de su base los comandos ya se van, dejando atrás mujer, hijos y hogar se van, sin saber si quiera si van a volver o en algún lugar irán a caer, los comandos ya se van, se van!! … “Pasan los comandos y la tierra tiembla, cuando su bota se posa en ella, la boina negra…. Uno dos, tres cuatro, cuatro tres, dos uno, mil dos mil tres mil cuatro mil, cuatro mil tres mil dos mil un mil…”.

Estaba en pleno trote y cántico cuando un agudo dolor invadió la planta de mis pies propagándose por mis pantorrillas, canillas, rodillas y porque no decirlo, por toda la extensión de mis miembros inferiores, dolencia que daba cuenta de lo poquito subidito de peso de este otrora atlético cuerpo; pero eso no fue motivo para detenerme y quebrantar mi moral, por el contrario, me inyectó fuerzas y pronunciando aquella mágica frase miliciana que en algún momento me ayudó a vencer imposibles, continué trotando:

 -    “Moral, moral comando, todo pasa; el comando no se rinde carajo…”

Delante de mí, a unos 15 ó 20 metros aproximadamente, divisé a una persona trotando vestida con una polera negra y con la cabeza cubierta por una capucha, eso me motivó más para seguir corriendo, tener un espectador a quien demostrar mi fortaleza y mi envidiable estado físico; y a manera de reto me dije:

 -     “Vamos comando tu puedes…, tienes que pasarlo… demuestra tu moral muy en alto, como te enseñaron en la FAP”

Así que apuré el paso dispuesto a sobrepasar a este corredor que perturbaba mi visión y mi orgullo guayacho, además, no podía permitir que un comando FAP criado con leche de vaca bermeja, “uchú[15]” y “shirumbito[16] de quinquin[17] se deje ganar, invoqué a los apus de “shashcayacu”, “cuchitranca”, “huarmiyacu”, “saospampa”, “maripampa” y todas las pampas del valle del guayabamba y salí disparado a la caza de ese atleta enmascarado (a quien había bautizado así, porque estaba con capucha pe el jijuna).

Todo esfuerzo por alcanzarlo fue vano, sentía que mis fuerzas me abandonaban, ese “ñacashca” corría como un rayo y cada vez lo veía más lejos, mientras trataba de alcanzarlo giré la cabeza para ver si alguien más venía detrás mío y alcancé a ver el poste de telefónica que utilicé como señal de partida para empezar a trotar y el cual había dejado atrás hacía minutos; no puede ser me dije, por qué seguía allí este poste a pocos metros de mí, no creo que se esteé moviendo, eso sólo pasa en las películas, debe ser otro poste pensé incrédulamente tratando de reconfortarme.

Giré nuevamente la cabeza para no perder de vista a aquel furtivo corredor enmascarado que se había convertido en mi enemigo, y me percaté que se había detenido para hacer estiramiento de músculos, así que pensé, esta es mi oportunidad, lo tengo que pasar a ese “llipinsho”.

Apuré más aún el paso y en cuanto más me acercaba a él, en mi rostro se iba dibujando una sonrisa diabólica, hasta que por fin le di alcance y me preparé a sonreírle burlonamente; mientras lo sobrepasaba le miré fijamente a los ojos, provocando que el enmascarado se corra un poco la capucha para dejar ver su frente arrugada y un rostro endurecido, actitud que me intimidó un poquito y me obligó a voltear la mirada hacia otro lado, pensé que mi arrogancia competitiva le había molestado y que aquellas cejas fruncidas y frente arrugada eran signos de su molestia.

Estaba meditando sobre mi actitud mientras trotaba cuando el corredor enmascarado me dio el alcance, me puse en estado de alerta, cerré mis puños fuertemente para responder a cualquier agresión, mi corazón latía frenéticamente y mis pulsaciones se incrementaron sustancialmente, la sangre y adrenalina fluía velozmente por todo mi cuerpo, mis palpitaciones cual tambores de guerra anunciaban la proximidad del combate, me agazapé un poco para dar un salto felino directamente al cuello de mi contrincante, y en el preciso momento en que le iba a “ñequear[18]” la “singa” (golpe directo a la ñata, o sea nariz), este ser enmascarado se me acercó y  retirándose totalmente la capucha dejó ver su rostro, y delineando una sonrisa desdentada me saludó amablemente diciéndome:

-    “Bien, bien  hijitoch... criachturita de dioch… llecuerda, mente shana en cueshpo shano…” -me dijo, mostrando su rostro arrugado y de cuyas encías colgaban dos o tres dientes, como cuando  el “utusho[19]” “cashcaba” el choclito tiernito de la huerta de mama Tula.

No puede ser, me dije, parándome intempestivamente, sin poder dar crédito a lo que había visto, las arrugas de ese demacrado rostro no eran otra cosa que la juventud acumulada de ese ser que fácilmente bordeaba los 70 años; era ese decadente ser quien estaba dándome cátedra en “juting”, maratón, carrerita o como quieran llamarlo; y es a este “cochito” a quien no había podido alcanzar y pasarlo; carajo donde estamos, válgame Dios, tierra trágame, pensaba ofuscado.

A no…. no, no, no, no, me dije; ni cagando me gana este vejestorio (con todo respeto para aquellos jovencitos de juventud acumulada); y como el “correcaminos” de aquella serie animada en la que aquel plumífero era perseguido por el coyote, lancé un “bip, bip” y salí disparado tras de él, dejando una estela de polvo a mis espaldas (que alucinante no).

Hice un esfuerzo sobrehumano por alcanzarlo y pasarlo, mis canillas me temblaban pero que “shusha”, mi abultado abdomen (un poquito nada más) se movía de un lado a otro como la gelatina que vendía doña “mesh” en el mercado de Mendoza, mis ojos enrojecidos y achinados (por el sudor) miraban fijamente a mi competidor; por fin le di alcance y en clara demostración de reto le miré fijamente a los ojos, fruncí las cejas y dibujándole una sonrisa burlona continué trotando por delante de él.

Estábamos en plena batalla por pasarnos el uno al otro cuando unas abuelitas que también trotaban en ese parque nos alcanzaron y sobrepasaron (luego me entere que eran del grupo que practicaba “taichí” en el parque y que estaban en “calistenia”), un fuerte olor a naftalina entremezclado con “Charcot[20]” (“calor que penetra, calor que alivia”) se dejó sentir al paso de este grupo de simpáticas abuelitas (y no es broma); estas jurásicas féminas haciendo gala de su coquetería despintada por los años saludaron a mi competidor y siguieron trotando.

No sé qué demonios pasó en esos momentos, pero pareciera que el gesto cuasi seductor y amable de las abuelitas, motivó a mi contrincante y le inyectó nitroglicerina, dinamita o no sé qué carajo, pero el hecho es que este galán de canevaro acarició su encanecida y rala melena, se acomodó los pocos cabellos que le quedaban y pasándose las manos por la cabeza simuló peinarse con los dedos, se puso la capucha nuevamente y apresuró el paso tras las agraciadas abuelitas, dejándome rezagado como dicen en el futbol, “tirando cirunta”.

Mi orgullo de macho alfa guayacho en esos precisos momentos se cayó por los suelos, y a lo único que atiné fue a dar media vuelta y correr en sentido contrario a este grupo de simpáticos abuelitos, mi deplorable estado físico producto de la ingesta de comida, alcohol y cigarrillos de la noche buena y de la siguiente y subsiguiente noche, me indicaba que por más esfuerzo que pudiera hacer no los alcanzaría, además, el tremendo “vergüenzón[21]” y papelón por el que estaba pasando me obligaron a agachar la cabeza y voltear mi rechonchito cuerpo para volver sobre mis pasos por donde había venido; en el momento en que me di vuelta, alcancé a ver el poste y la caseta de serenazgo a unos cincuenta o sesenta metros más o menos desde donde me encontraba, lo que me perturbó más aún, pues sólo este tramo había recorrido y mi agotamiento era tal que ni siquiera cuando caminaba de Mendoza a Nuevo Chirimoto había sentido tal cansancio; nada más cincuenta o sesenta metros y ya me sentía morir, por Dios santo, que he hecho de mí, donde está esa fortaleza y envidiable estado físico cuando podía correr todo un día sin cansarme; no puede ser que sólo en este corto tramo se haya desarrollado la más cruenta batalla competitiva  entre este gordito bonachón y ese corredor enmascarado… Pero en fin, sigamos con mi historia o histeria.

En este parque hay un mini gimnasio al aire libre que alguna autoridad o los vecinos surcanos tuvieron a bien implementar; así que recogiendo los harapos de mi orgullo que estaban regados por los suelos, me dirigí allí. Ese es mi fuerte me dije, las planchas, las barras o paralelas, los abdominales, tal cual lo hacía en mi querida Fuerza Aérea, allí daré cuenta de la fortaleza y coraje de este macho mendocino caracho.

Primer ejercicio, las barras, ese es mi fuerte, y aunque no lo crean en aquellos años mozos en la FAP logré hacer hasta 57 barras en toma directa, algo inalcanzable para mis promociones; una vez estando en este mini gimnasio, salté y me colgué de las barras provocando que los abuelitos se acercaran a mirar lo que es capaz un comando FAP, guapo[22] y “chacrero[23]” de pura cepa, cargador de talegas de yuca, racacha, plátano y de “quipadas[24]” de rajas de morocho.

A no… ahora van a ver lo que es bueno y lo que puede hacer un comando FAP en las barras, me dije tomando impulso para alcanzar las barras y elevar del suelo mi rechonchito cuerpecito; moral, moral  chory, tu puedes, los abuelitos te están mirando y no puedes quedar mal, continuaba dándome valor, pero todo intento fue vano, sólo logré levantarme unos pocos centímetros desde mi posición inicial, sentía que los brazos se me desgarraban, mis dedos que fuertemente se sostenían de las barras pedían “chepi”, mis labios se tornaron de color morado al soportar la presión de mis dientes en mi afán de elevarme más, mi mentón apuntaba al cielo tratando de alcanzar la cima de la barra donde se sujetaban mis puños y mis piernas yacían adormecidas por el esfuerzo sobre humano que hacía intentando subir esta mole. Luego de batallar unos minutos o segundos para mover este adiposo cuerpo, me dejé caer al césped cual costal de papas.

Recostado boca arriba sobre el césped, levanté mis piernas que no dejaban de tambalearse y moverse frenéticamente, un bamboleo incontenible invadió mis canillas, los abuelitos al verme sacudir frenéticamente mis extremidades, se recostaron a mi lado y levantaron las piernas en afán de imitar mis movimientos, luego el corredor encapuchado se me acercó más aún y preguntó sorprendido:

 -    ¿Cómo se llama eshte ejeshisho hijito...?

Y yo, sin dejar de mover mis piernas, mordiéndome los labios y con los ojos desorbitados, aguantando lo más que pude el dolor, volteé la cara hacia él, sin poder contener más mi dolencia, le grité fuertemente como para asegurarme que me escuchara y entendiera:

-    ¡¡Calambreeeeeee mierdaaaaaaa¡¡… ¡¡viejoooo y la graaaaan flautaaaa… sobaaaa, sobaaa mierdaaaaaa!!.

No sé si fui un poquito exagerado al levantar la voz al abuelito, pero luego me percaté que de los árboles del parque que estaba cercanos a mí, una bandada de palomas huyó volando, despavoridas por aquel minúsculo grito guerrero de este brioso guayacho.

Es así que termina mi relato amigo lector, pues está demás decir que esa fue la primera y última vez que salí a correr en ese parque, además los agentes de serenazgo me habían declarado "gritón no grato", por haber asustado a los abuelitos y las palomas esa mañana.

Nota del autor: Pido las disculpas del caso por si alguna de las palabras han herido susceptibilidades o por las frases groseras, la única intensión de este humilde servidor es dotar de realismo al relato y divertir a los lectores.



[1] Dios
[2] Palabra que utilizaban nuestros padres en señal de cariño; diminutivo de compadre
[3] Amante, entripao, canal 2, la otra, y todos aquellos adjetivos utilizados para la relaciones amorosas prohibidas.
[4] Poquito
[5] Apodo dado a un tío de nombre Zoilo Cisneros, que tenía una forma peculiar de caminar, y que casi casi igualaba al paso de los toreros cuando hacían su salida triunfal del ruedo o plaza de toros.
[6] Mazamorra hecha a base de papa deshidratada oriunda de la sierra, pero que tiene un peculiar olorcito  (a “isma”); según los expertos es un concentrado de penicilina.
[7] Comegen, termitas
[8] Verruga que algunos de nuestros coloridos paisanos tenían en las manos por su afán de agarrar sapos; mis paisanos son de la creencia que el orine del sapo provocaba estas verrugas.
[9] Frase muy utilizada por los colegiales de mi época, que seguro si es guayacho conocerá, y si no fuera así, por obvias razones no diré su significado.
[10] Perros
[11] Gallina ponedora de huevos
[12] Dícese de aquellas personas de contextura delgada y que por utilizar pantalones holgados, termina resbalándose el “taparrabo” mostrando aquella parte donde termina la espalda y comienza la entrada de tamputoco.
[13] Orines
[14] Calentamiento de los músculos antes de ejercitar el cuerpo
[15] Sopa espesa hecha a base de maní verde, shirshil (huacatay) y huevo
[16] Sopa cuyo ingrediente principal es la yuca
[17] Ave de hermosos colores que se alimentaba de frutas como el caimito, y cuyo cantico parecía decir quin quin, de allí proviene su nombre.
[18] Golpear con los puños
[19] Larva de regular tamaño que se alimenta de choclos tiernos.
[20] Gel alcanforado utilizado para calentar los músculos y huesos, es utilizado a menudo por nuestros abuelitos
[21] Gran vergüenza
[22] Frase utilizada por mis paisanos para referirse a hombre fuerte
[23] Chacarero, agricultor
[24] Carga, brazada