Día 24 de diciembre,
fecha mágica que une a las familias conmemorando el nacimiento de “taita amito[1]”. En esta fecha,
una tía tuvo la gran idea de preparar el potaje navideño para disfrutar juntos
padres, hijos, tíos, sobrinos y nietos; para esta ocasión, como buenos guayachos
y amantes de nuestro entrañable terruño que somos, no podía faltar su majestad
el cuy, que si bien no era el cuy mágico porque este no regala platita, sin
embargo, regaló mucha alegría a nuestro exigente paladar.
Mi tía, de muy
buenos gustos, como es de costumbre en ella, preparó un verdadero banquete:
chancho al cilindro, cuy al estilo guayacho, ensaladas, panetones, chocolate,
queso, panes traídos directamente desde el valle de guyabamba, choclo, plumífero
(pavo) importado desde Mendoza, vino, whisky, espumante, anisado, aguardiente,
pisco, etc.; es decir, que en esa mesa había comida para todo un batallón y lo
mejor que mi encantadora tía había previsto prolongar la noche buena hasta el
día 25.
Mientras los
invitados iban llegando, yo me alistaba para recibirlos, y como parte de mi
selecta indumentaria navideña, vestía un polo de color plomizo ligeramente
ceñido a mi escultural cuerpo, que una de mis hermanas me regaló días previos a
la noche buena.
Una de las primeras
en llegar fue mi madre, toda ella, con ese garbo al caminar que es propio de las
mujeres guayachas, con aquella sonrisa angelical inmutable que en mi niñez
apaciguaba mis temores; como toda madre querendona me regalo un apacible beso en
mi mejilla y mientras sus delicadas manos recorrían con ternura mi rostro, dejó
salir estas palabras cariñosas de sus labios:
- Que
lindo esta mi hijo precioso, mi “cumpita[2]” lindo – tengo
que reconocer que a pesar de que este común mortal sobrepasa la base tres, sigo
siendo su hijito engreído y el “cumpita” de mis aduladores padres.
-
Gracias viejita linda – fue mi respuesta, correspondiendo el cumplido de mi
madre.
- Te
queda lindo ese polito color rata hijito, te asienta ese color, pero tas un
poquito gordito, tienes que bajar unos kilitos y te vas a ver mucho más guapo
–me dijo luego de escanearme de pies a cabeza con esa mirada inquisidora y
de apretar suavemente mis mejillas.
Estas primeras
palabras de mi madre sobre mi sobrepeso fueron casi imperceptibles porque las
palabras de cariño las habían disimulado; estábamos en plena discusión en que si
estaba gordo o flaco, cuando ingreso mi tía abuela, una señora mediamente
refinada y “etiquetosa” (en otras palabras jodida), saludando a los presentes
que se encontraban en la sala, y en el momento en que se acercó a mí, disque me
regaló unas palabras de cariño notoriamente perceptibles por todo los
asistentes:
-
Hijito, “caracho” se te ve muy bien, estas guapo, pero esa pancita no me gusta
nadita, tiene que bajar, estas un poco panzoncito y así no es, nosotros los
jóvenes tenemos que cuidar nuestra figura para vernos muy bien… -“vesta
conche su vida”, me dije, seguro que ella fue una de las primeras “huaynas[3]” de Moisés y le
acompañó a cruzar el mar rojo junto al pueblo de Israel, y decía muy suelta de
huesos “nosotros los jóvenes”… fuira de aquí olle.
Mientras pensaba, mi
“tiecita” continuaba con sus aduladoras y halagadoras palabras para con mi
persona:
- … No
importa hijito, así se te ve bien y los que te ven van a pensar que tienes harta
plata por lo gordito que estas, claro que te verías mejor si bajarías un poquito
de peso, pero sólo un poquito nada más – Qué pasa, pensé, plata y mujer
nunca me han faltado, eso es lo que más me sobra (recordando aquella frase de mi
padre y de mis tíos) y que no surten efecto en mí, pues dinero tengo sólo para
vivir medianamente feliz y respecto a las mujeres, sólo sé que es la más grande
creación de “taitito amito” y a quienes debemos rendir pleitesía y amarlas por
toda la vida, incluso más allá de la muerte, pero mejor dejémoslo ahí y
continuemos con nuestro relato.
Debo reconocer que
esta tía abuela siempre se caracterizó por su franqueza y por ser directa, y
esas palabras para conmigo sobre mi empachado abdomen, me perturbaron un
“pitzito[4]” más, así que
disimuladamente me erguí y con paso garboso tratando de imitar a “gasparines[5]” pase por delante
del espejo que colgaba de la pared de la sala, para cerciorarme sobre el tamaño
del “buche” (“panza” para los que no entienden el lenguaje de nosotros los
adolescentes).
Luego llegaron mis
queridas hermanas y mi amado padre, esbeltas ellas por su ingente dedicación al
Gym, a las dietas, a la semilla de la “chía”, la linaza, leche de almendras,
tocosh[6], y no sé qué otros
brebajes más que se “empujan” para mantener ese cuerpo caribeño. Cuando se
acercaron a saludarme, antes siquiera que les dé la bienvenida, muy amable ellas
me dijeron:
- No,
no, no hermanito, aburro esa panza, estas todito “buchesapa” grajiento, urgente
necesitas Gym –Mis hermanas, regias como siempre, se habían percatado de
aquella pequeña protuberancia que cual nido de “comegin[7]” sobresalía de mi
abdomen.
- Qué
pasó hermanitas, o sea uno se acerca a saludarlas y de frente le meten cabe, de
arranque le bajan la moral a uno… no, no, no, así estamos mal causitas, además
uno no puede empacharse comiendo su chanchito al cilindro y tomando su cervecita
helada, así no pue, ta mal, muy mal –contesté tratando de hacerme el
resentido para ese pequeño “buche” que apenas se me notaba.
Bueno, no quiero
cansarlos con las tantas veces que esa noche me dijeron que estaba un poco
“panchonchito”, pero si les digo que con el transcurrir de las horas y entre
panetones, chocolate, pavo y cuyes, lógicamente esa pequeña pancita que al
comienzo de la noche era como un “ticte[8]” aumentó
significativamente como los pasajes en estas fechas, cosa que con el transcurrir
de las horas ya no me preocupó, porque el whisky, vino, pisco y los brebajes
espirituosos que una de mis hermanas preparó en una demostración de aprendiz de
barman, y que más sabía a “padrax” (jarabe para las lombrices intestinales),
habían adormecido mi orgullo de macho guayacho.
Al día siguiente,
continuó el banquete y aunque hice de tripas corazón por no comer todas esas
ricuritas que yacían en la mesa, no pude contenerme, así que tomé una copita de
anís najar que nunca le falta a mi tía y adiós empache, otra vez al ataque, a
dar cuenta de ese chanchito al cilindro doradito color caramelo oscuro que hacía
rato me estaba retando.
El día 28 de
diciembre, consciente de mi poquísimo sobrepeso, decidí acabar con esa
pequeñísima protuberancia de mi cuerpo (porsiacaso hablo de mi panza ah), y con
la voluntad y moral muy en alto, desempolvé mis zapatillas negras que por el
tiempo que estuvieron guardadas se habían puesto entre marrón y verde, y se
había convertido en el hogar de una familia de arañitas caseras, alisté mi
indumentaria deportiva y programé mi reloj interno para levantarme a las 5:00 de
la mañana del día siguiente y salir a hacer “juting” (o sea correr).
Si es que algo
herede de mi padre es su habilidad y precisión para programarse y levantarse a
cualquier hora de la madrugada; era impresionante la manera como él, sin la
necesidad de un despertador mecánico o eléctrico, se programaba para levantarse
a la 1, 2 ó 3 de la mañana, y sin ninguna dificultad simplemente dormía y a la
hora planeada estaba despierto; hasta ahora no he descubierto como hacía para
programar su reloj interno, claro que ahora por su longevidad, se acuesta a las
ocho de la noche y a la una de la mañana ya está jodiendo con su “radio
programas”, con su programa preferido “amanecer campesino” o las cumbias san
juaneras que alguna emisora ecuatoriana se le ocurre transmitir a esa hora,
menos mal que ya no sintoniza “Radio Cora” con Juan Ramirez Lazo, ese “ñacashca”
me tenía “inchau” todas las mañanas antes de ir al colegio, con su “que pasa…
amables oyentes” .
Día 29 de diciembre,
me desperté a las 5:10 am, o sea me pasé 10 minutos de la hora programada,
estaba fallando el reloj interno, habría que calibrarlo (pero cómo); el friecito
de la mañana invitaba a acurrucarme más en mi cama, la lucha por levantarme de
la cama era titánica; hoy no, mejor mañana pensaba, no comando tiene que ser
ahora me decía; estaba batallando entre despierto y dormido cuando una voz
potente en mi adormitada mente se dejó ecuchar:
- ¡¡
Caracho pintcunga, levántese mierda que se hace tarde!!
De un sólo brinco,
como “misho” en celo, me levanté y antes de que el gallo carioco cante en el
corral de la cuma “chio” (así era cuando de lejitos y escondido iba a “cestear”
(mirar) a mi “cumita chio” en la época colegial), estaba de pie frente a mi
cama, mirando la almohada de plumas de cisne (o será de ganso) que me seducía y
cual bailarina de danza árabe se blandía aún invitándome a recostarme
nuevamente; mire a todos lados para ver quién era el “conche su sipo[9]” que me había
gritado pero allí no había nadie.
Carajo qué pasó, me
preguntaba, ¿Quién anda ahí?, volvía a preguntarme, y de manera instintiva
comencé a gritar “chuo, chuo ladrón”, evocando aquellas frases de mis abuelos
cuando azuzaban a los “quishques[10]” para espantar al
“huayhuashillo” o al ladrón que intentaban llevarse la “pondora[11]”.
Ya más despierto, me
di cuenta que aquellas voces que escuché en mi mente no eran más que recuerdos
remotos cuando mi padre “amablemente” me levantaba de la cama con estas y otras
frases cariñosas, como olvidar aquellas melódicas palabras de mi
viejito:
- “Surshique[12],
vaguetón, como no se levanteste ahorita mismo le voy a “shutear” toditito,
espérate no más “grajiento disparate”, “shihuin”, seguro seraste doctor para que
duermaste hasta tarde”
Recuerdo que
mientras mi padre me arrullaba con esas “cariñosas” frases, en sus manos
sostenía aquella bacinica de porcelana que en alguna época fue de color blanco
pero que por el paso del tiempo (y de la “ishpa[13]”) se había tornado
amarillenta amarronada; este gesto que hacía mi padre era nada más para
motivarme a levantarme de la cama, no creerá que él fuera capaz de arrojarme el
contenido de esa bacinica (pues déjeme decirle que sí era capaz de esto y de
muchas cosas más). Como habrá sido de persuasivo mi padre en mi adolescencia que
hasta ahora despierto escuchando estas simpáticas frases, pero en fin, lo de
bueno que esta vez me sirvió para levantarme y ataviarme con mi indumentaria
deportiva y muy campante dirigirme al parque más cercano a trotar unas 200 o 300
vueltitas nada más, para calentar el cuerpo.
Mientras iba camino
al parque, recordaba los ejercicios que me enseñaron en la milicia y los que esa
mañana pondría en práctica: primero trote, luego polichinelas, monitos,
planchas, abdominales, barras, canguros, etc., etc.,
Ya estando en el
parque, empecé con la “calistenia[14]”, luego comencé a
trotar tratando de soltar los oxidados músculos; imagínese querido amigo el
enorme esfuerzo que hice para mover esta tanqueta de casi 90 kilos, fue difícil
pero no imposible. Los primeros pasos fueron decisivos, la voluntad y la moral
inquebrantable, nada podía doblegarme ahora, salí disparado como un rayo (o al
menos eso era lo que yo creía), y mientras trotaba recordaba los consejos de mi
entrañable y admirable “profe” de educación física, don Gilberto Collazos
(gloria a ti gran maestro): dosificar la respiración para oxigenar el cuerpo,
dos inhalaciones y una exhalación; allí iba yo, susurrando aquellos cánticos de
guerra que entonábamos para darnos valor y coraje durante los rigurosos
ejercicios matutinos en la FAP, y que a pesar del tiempo permanecen en mi
mente:
- ¡¡saliendo de su base los comandos ya se van, dejando atrás mujer, hijos y hogar
se van, sin saber si quiera si van a volver o en algún lugar irán a caer,
los comandos ya se van, se van!! … “Pasan
los comandos y la tierra tiembla, cuando su bota se posa en ella, la boina
negra…. Uno dos, tres cuatro, cuatro tres, dos uno, mil dos mil tres mil cuatro
mil, cuatro mil tres mil dos mil un mil…”.
Estaba en pleno
trote y cántico cuando un agudo dolor invadió la planta de mis pies propagándose
por mis pantorrillas, canillas, rodillas y porque no decirlo, por toda la
extensión de mis miembros inferiores, dolencia que daba cuenta de lo poquito
subidito de peso de este otrora atlético cuerpo; pero eso no fue motivo para
detenerme y quebrantar mi moral, por el contrario, me inyectó fuerzas y
pronunciando aquella mágica frase miliciana que en algún momento me ayudó a
vencer imposibles, continué trotando:
- “Moral, moral comando, todo
pasa; el comando no se rinde carajo…”
Delante de mí, a
unos 15 ó 20 metros aproximadamente, divisé a una persona trotando vestida con
una polera negra y con la cabeza cubierta por una capucha, eso me motivó más
para seguir corriendo, tener un espectador a quien demostrar mi fortaleza y mi
envidiable estado físico; y a manera de reto me dije:
- “Vamos comando tu puedes…, tienes que pasarlo… demuestra tu moral muy en alto,
como te enseñaron en la FAP”
Así que apuré el
paso dispuesto a sobrepasar a este corredor que perturbaba mi visión y mi
orgullo guayacho, además, no podía permitir que un comando FAP criado con leche
de vaca bermeja, “uchú[15]” y “shirumbito[16] de quinquin[17] se deje ganar,
invoqué a los apus de “shashcayacu”, “cuchitranca”, “huarmiyacu”, “saospampa”,
“maripampa” y todas las pampas del valle del guayabamba y salí disparado a la
caza de ese atleta enmascarado (a quien había bautizado así, porque estaba con
capucha pe el jijuna).
Todo esfuerzo por
alcanzarlo fue vano, sentía que mis fuerzas me abandonaban, ese “ñacashca”
corría como un rayo y cada vez lo veía más lejos, mientras trataba de alcanzarlo
giré la cabeza para ver si alguien más venía detrás mío y alcancé a ver el poste
de telefónica que utilicé como señal de partida para empezar a trotar y el cual
había dejado atrás hacía minutos; no puede ser me dije, por qué seguía allí este
poste a pocos metros de mí, no creo que se esteé moviendo, eso sólo pasa en las
películas, debe ser otro poste pensé incrédulamente tratando de
reconfortarme.
Giré nuevamente la
cabeza para no perder de vista a aquel furtivo corredor enmascarado que se había
convertido en mi enemigo, y me percaté que se había detenido para hacer
estiramiento de músculos, así que pensé, esta es mi oportunidad, lo tengo que
pasar a ese “llipinsho”.
Apuré más aún el
paso y en cuanto más me acercaba a él, en mi rostro se iba dibujando una sonrisa
diabólica, hasta que por fin le di alcance y me preparé a sonreírle
burlonamente; mientras lo sobrepasaba le miré fijamente a los ojos, provocando
que el enmascarado se corra un poco la capucha para dejar ver su frente arrugada
y un rostro endurecido, actitud que me intimidó un poquito y me obligó a voltear
la mirada hacia otro lado, pensé que mi arrogancia competitiva le había
molestado y que aquellas cejas fruncidas y frente arrugada eran signos de su
molestia.
Estaba meditando
sobre mi actitud mientras trotaba cuando el corredor enmascarado me dio el
alcance, me puse en estado de alerta, cerré mis puños fuertemente para responder
a cualquier agresión, mi corazón latía frenéticamente y mis pulsaciones se
incrementaron sustancialmente, la sangre y adrenalina fluía velozmente por todo
mi cuerpo, mis palpitaciones cual tambores de guerra anunciaban la proximidad
del combate, me agazapé un poco para dar un salto felino directamente al cuello
de mi contrincante, y en el preciso momento en que le iba a “ñequear[18]” la “singa” (golpe
directo a la ñata, o sea nariz), este ser enmascarado se me acercó y
retirándose totalmente la capucha dejó ver su rostro, y delineando una sonrisa
desdentada me saludó amablemente diciéndome:
- “Bien, bien hijitoch... criachturita de dioch… llecuerda, mente shana en
cueshpo shano…” -me dijo, mostrando su rostro arrugado y de cuyas encías
colgaban dos o tres dientes, como cuando el “utusho[19]” “cashcaba” el
choclito tiernito de la huerta de mama Tula.
No puede ser, me
dije, parándome intempestivamente, sin poder dar crédito a lo que había visto,
las arrugas de ese demacrado rostro no eran otra cosa que la juventud acumulada
de ese ser que fácilmente bordeaba los 70 años; era ese decadente ser quien
estaba dándome cátedra en “juting”, maratón, carrerita o como quieran llamarlo;
y es a este “cochito” a quien no había podido alcanzar y pasarlo; carajo donde
estamos, válgame Dios, tierra trágame, pensaba ofuscado.
A no…. no, no, no,
no, me dije; ni cagando me gana este vejestorio (con todo respeto para aquellos
jovencitos de juventud acumulada); y como el “correcaminos” de aquella serie
animada en la que aquel plumífero era perseguido por el coyote, lancé un “bip,
bip” y salí disparado tras de él, dejando una estela de polvo a mis espaldas
(que alucinante no).
Hice un esfuerzo
sobrehumano por alcanzarlo y pasarlo, mis canillas me temblaban pero que
“shusha”, mi abultado abdomen (un poquito nada más) se movía de un lado a otro
como la gelatina que vendía doña “mesh” en el mercado de Mendoza, mis ojos
enrojecidos y achinados (por el sudor) miraban fijamente a mi competidor; por
fin le di alcance y en clara demostración de reto le miré fijamente a los ojos,
fruncí las cejas y dibujándole una sonrisa burlona continué trotando por delante
de él.
Estábamos en plena
batalla por pasarnos el uno al otro cuando unas abuelitas que también trotaban
en ese parque nos alcanzaron y sobrepasaron (luego me entere que eran del grupo
que practicaba “taichí” en el parque y que estaban en “calistenia”), un fuerte
olor a naftalina entremezclado con “Charcot[20]” (“calor que
penetra, calor que alivia”) se dejó sentir al paso de este grupo de simpáticas
abuelitas (y no es broma); estas jurásicas féminas haciendo gala de su
coquetería despintada por los años saludaron a mi competidor y siguieron
trotando.
No sé qué demonios
pasó en esos momentos, pero pareciera que el gesto cuasi seductor y amable de
las abuelitas, motivó a mi contrincante y le inyectó nitroglicerina, dinamita o
no sé qué carajo, pero el hecho es que este galán de canevaro acarició su
encanecida y rala melena, se acomodó los pocos cabellos que le quedaban y
pasándose las manos por la cabeza simuló peinarse con los dedos, se puso la
capucha nuevamente y apresuró el paso tras las agraciadas abuelitas, dejándome
rezagado como dicen en el futbol, “tirando cirunta”.
Mi orgullo de macho
alfa guayacho en esos precisos momentos se cayó por los suelos, y a lo único que
atiné fue a dar media vuelta y correr en sentido contrario a este grupo de
simpáticos abuelitos, mi deplorable estado físico producto de la ingesta de
comida, alcohol y cigarrillos de la noche buena y de la siguiente y subsiguiente
noche, me indicaba que por más esfuerzo que pudiera hacer no los alcanzaría,
además, el tremendo “vergüenzón[21]” y papelón por el
que estaba pasando me obligaron a agachar la cabeza y voltear mi rechonchito
cuerpo para volver sobre mis pasos por donde había venido; en el momento en que
me di vuelta, alcancé a ver el poste y la caseta de serenazgo a unos cincuenta o
sesenta metros más o menos desde donde me encontraba, lo que me perturbó más
aún, pues sólo este tramo había recorrido y mi agotamiento era tal que ni
siquiera cuando caminaba de Mendoza a Nuevo Chirimoto había sentido tal
cansancio; nada más cincuenta o sesenta metros y ya me sentía morir, por Dios
santo, que he hecho de mí, donde está esa fortaleza y envidiable estado físico
cuando podía correr todo un día sin cansarme; no puede ser que sólo en este
corto tramo se haya desarrollado la más cruenta batalla competitiva entre este
gordito bonachón y ese corredor enmascarado… Pero en fin, sigamos con mi
historia o histeria.
En este parque hay
un mini gimnasio al aire libre que alguna autoridad o los vecinos surcanos
tuvieron a bien implementar; así que recogiendo los harapos de mi orgullo que
estaban regados por los suelos, me dirigí allí. Ese es mi fuerte me dije, las
planchas, las barras o paralelas, los abdominales, tal cual lo hacía en mi
querida Fuerza Aérea, allí daré cuenta de la fortaleza y coraje de este macho
mendocino caracho.
Primer ejercicio,
las barras, ese es mi fuerte, y aunque no lo crean en aquellos años mozos en la
FAP logré hacer hasta 57 barras en toma directa, algo inalcanzable para mis
promociones; una vez estando en este mini gimnasio, salté y me colgué de las
barras provocando que los abuelitos se acercaran a mirar lo que es capaz un
comando FAP, guapo[22] y “chacrero[23]” de pura cepa,
cargador de talegas de yuca, racacha, plátano y de “quipadas[24]” de rajas de
morocho.
A no… ahora van a
ver lo que es bueno y lo que puede hacer un comando FAP en las barras, me dije
tomando impulso para alcanzar las barras y elevar del suelo mi rechonchito
cuerpecito; moral, moral chory, tu puedes, los abuelitos te están mirando y no
puedes quedar mal, continuaba dándome valor, pero todo intento fue vano, sólo
logré levantarme unos pocos centímetros desde mi posición inicial, sentía que
los brazos se me desgarraban, mis dedos que fuertemente se sostenían de las
barras pedían “chepi”, mis labios se tornaron de color morado al soportar la
presión de mis dientes en mi afán de elevarme más, mi mentón apuntaba al cielo
tratando de alcanzar la cima de la barra donde se sujetaban mis puños y mis
piernas yacían adormecidas por el esfuerzo sobre humano que hacía intentando
subir esta mole. Luego de batallar unos minutos o segundos para mover este
adiposo cuerpo, me dejé caer al césped cual costal de papas.
Recostado boca
arriba sobre el césped, levanté mis piernas que no dejaban de tambalearse y
moverse frenéticamente, un bamboleo incontenible invadió mis canillas, los
abuelitos al verme sacudir frenéticamente mis extremidades, se recostaron a mi
lado y levantaron las piernas en afán de imitar mis movimientos, luego el
corredor encapuchado se me acercó más aún y preguntó sorprendido:
- ¿Cómo se llama eshte ejeshisho hijito...?
Y yo, sin dejar de
mover mis piernas, mordiéndome los labios y con los ojos desorbitados,
aguantando lo más que pude el dolor, volteé la cara hacia él, sin poder contener
más mi dolencia, le grité fuertemente como para asegurarme que me escuchara y
entendiera:
- ¡¡Calambreeeeeee mierdaaaaaaa¡¡… ¡¡viejoooo y la graaaaan flautaaaa… sobaaaa,
sobaaa mierdaaaaaa!!.
No sé si fui un
poquito exagerado al levantar la voz al abuelito, pero luego me percaté que de
los árboles del parque que estaba cercanos a mí, una bandada de palomas huyó
volando, despavoridas por aquel minúsculo grito guerrero de este brioso
guayacho.
Es así que termina
mi relato amigo lector, pues está demás decir que esa fue la primera y última
vez que salí a correr en ese parque, además los agentes de serenazgo me habían
declarado "gritón no grato", por haber asustado a los abuelitos y las palomas
esa mañana.
Nota del
autor: Pido las disculpas del caso por si alguna de las palabras han
herido susceptibilidades o por las frases groseras, la única intensión de este
humilde servidor es dotar de realismo al relato y divertir a los
lectores.
[1]
Dios
[2] Palabra que
utilizaban nuestros padres en señal de cariño; diminutivo de
compadre
[3] Amante, entripao,
canal 2, la otra, y todos aquellos adjetivos utilizados para la relaciones
amorosas prohibidas.
[4]
Poquito
[5] Apodo dado a un tío
de nombre Zoilo Cisneros, que tenía una forma peculiar de caminar, y que casi
casi igualaba al paso de los toreros cuando hacían su salida triunfal del ruedo
o plaza de toros.
[6] Mazamorra hecha a
base de papa deshidratada oriunda de la sierra, pero que tiene un peculiar
olorcito (a “isma”); según los expertos es un concentrado de
penicilina.
[7] Comegen,
termitas
[8] Verruga que algunos
de nuestros coloridos paisanos tenían en las manos por su afán de agarrar sapos;
mis paisanos son de la creencia que el orine del sapo provocaba estas
verrugas.
[9] Frase muy utilizada
por los colegiales de mi época, que seguro si es guayacho conocerá, y si no
fuera así, por obvias razones no diré su significado.
[10]
Perros
[11] Gallina ponedora de
huevos
[12] Dícese de aquellas
personas de contextura delgada y que por utilizar pantalones holgados, termina
resbalándose el “taparrabo” mostrando aquella parte donde termina la espalda y
comienza la entrada de tamputoco.
[13]
Orines
[14] Calentamiento de
los músculos antes de ejercitar el cuerpo
[15] Sopa espesa hecha a
base de maní verde, shirshil (huacatay) y huevo
[16] Sopa cuyo
ingrediente principal es la yuca
[17] Ave de hermosos
colores que se alimentaba de frutas como el caimito, y cuyo cantico parecía
decir quin quin, de allí proviene su nombre.
[18] Golpear con los
puños
[19] Larva de regular
tamaño que se alimenta de choclos tiernos.
[20] Gel alcanforado
utilizado para calentar los músculos y huesos, es utilizado a menudo por
nuestros abuelitos
[21] Gran
vergüenza
[22] Frase utilizada por
mis paisanos para referirse a hombre fuerte
[23] Chacarero,
agricultor
[24] Carga,
brazada